lunes, 2 de abril de 2012

Luis Felipe Díaz y la crítica al mundo cultural actual

POR CHRISTIAN LEE GONZÁLEZ  | 25 DE NOVIEMBRE DE 2011
 Si hubiera que elegir una imagen para condensar la experiencia de vida del sujeto actual, tendríamos que optar por la de un prolongado y ensordecedor bostezo. Tal es el desasosiego e indolencia sociopolíticas que experimentan nuestras sociedades y sus individuos, desde los más “ignorantes” hasta los más “ilustrados”. Al menos esa es la principal lectura de nuestra época que hace el autor Luis Felipe Díaz en su nuevo libro Modernidad, postmodernidad y tecnocultura actual (Ediciones Gaviota, 2011). Este diagnóstico cobra viveza en la  imagen empleada por el autor al culminar el texto: “Tal parece que ni la tan anunciada y ensayada invasión de extraterrestres… podría romper, para el ‘vidente’ contemporáneo, con el aburrimiento pornográfico de la posmodernidad”(422). ¿Quién es este “vidente” y qué tiene que ver la “posmodernidad” con él? Y, aún más importante, ¿en qué consiste su “aburrimiento”? El texto arroja un diagnóstico de nuestra época a la vez que lleva a cabo una larga y amena exposición de las teorías culturales y filosóficas más importantes: del Renacimiento a Marx, de Kant a Barthes, pasando por Derrida.
Distribuida en dos partes y treinta y seis secciones, la trayectoria del pensamiento que se propone trazar el autor comienza con el período renacentista y culmina con la presencia de los medios de comunicación actuales. El crítico nos lleva por cada período rastreando las valoraciones fundamentales que han dado forma a lo que hemos denominado –si, problemáticamente-, “modernidad” y “posmodernidad”. Lo hace, no obstante, interesado en salvaguardarle un espacio paralelo a las respectivas transformaciones socio-económicas que acompañan a los autores de cada época. De un Renacimiento en el que Descartes adviene ideólogo de la subjetividad burguesa con su cogito, pasa a una Ilustración que revela sus contradicciones ético-políticas más criticables en Kant, y llega hasta un Siglo XX en el que el sospechoso nacionalismo de Heidegger y las rebuscadas radicalizaciones de Derrida contrastan con el logro barthiano. Con ello, Luis Felipe Díaz intenta brindar una radiografía de los últimos cuatro siglos de especulación filosófica. Sobre este asunto, no había un paralelo en nuestras letras. Aunque en la analiticidad y erudición de la prosa se diferencien, lo cierto es que tras Modernidad y Romanticismo (Editorial UPR, 1989) de Esteban Tollinchi, en Puerto Rico sólo se contaba con el imprescindible texto La filosofía en el debate posmoderno (Heredia, 2003) de Carlos Rojas Osorio.  Con su reciente aportación, Luis Felipe Díaz pretende ensanchar el horizonte de  este tipo de literatura secundaria sobre el tema en nuestro País, cubriendo ambos períodos, moderno y posmoderno.
II
Este crítico nuestro, profesor catedrático del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, no está solo en su lectura de nuestra época. En lo que refiere a su apreciación de la relación entre ambas, modernidad y posmodernidad, el autor se informa y concuerda con la atractiva y criticable interpretación organicista de Frederic Jameson. También eleva, con el riesgo de bordear la sobrestimación, las aportaciones semióticas del profesor de la Sorbona, Roland Barthes, sobre las contundentes -aunque “políticamente neutrales”- elaboraciones de Jacques Derrida, héroe del Collège de France.
Por otra parte, en lo que respecta a la conclusión del texto y tras una tendida exposición nada inmune al repudio o al laudo intempestivos de individuos e ideas, coincide el autor con la filósofa Michela Marzano. En su obra La pornografía o el agotamiento del deseo (Manantial, 2003), ésta elabora un argumento similar en lo que concierne a la actual experiencia de la sexualidad. Ambos, Díaz y Marzano, coinciden en aceptar la idea de Jean Baudrillard de que nuestra cultura se acerca a los objetos como a los signos y a los signos como a los objetos, tornándolo todo transparente y despojándolo de misterio y equivocidad. La experiencia altamente visual en la que nos han sumergido, en parte, la teoría moderna y en mayor medida las tecnologías recientes, tiene como resultado, en el caso de la pornografía, el agotamiento del erotismo y su sustitución por el fetiche, el sadismo y el consumismo del cuerpo. Así como la imagen pornográfica “expone” al cuerpo, aduce la filósofa, tambien lo “anula”. La avidez del usuario pornográfico de consumir el cuerpo visualmente, además de despojarlo de organicidad, es un signo de cómo se comporta nuestra época con los demás objetos y sujetos de la cultura, físicos o simbólicos. Se trata de un fenómeno con consecuencias políticas y  psicológicas.
En términos políticos, tanto Luis Felipe Díaz (421) como Michela Marzano (18) concuerdan en que la experiencia de la verdadera autonomía se erosiona. Pues, en un mundo donde los sujetos se reifican para ser objetos de un goce consumista, la única dinámica política es la de la sujeción y la abyección de los participantes. La autonomía tan ingenuamente defendida por grandes modernos como La Boétie, deviene heteronomía, o gobierno de uno por parte de Otro. Por el lado psicológico, lo que se da es un narcicismo concomitante a tremendas ganas de consumir y destruir sin precedentes.
“No hay sujeto posible en la posmodernidad”, nos dice Luis Felipe Díaz en una entrevista que le realizáramos, “lo que veo es un apocalipsis inevitable”. Palabras nada sorprendentes cuando provienen de un autor de vena marxista y cuya nostalgia por nuestra capacidad -ahora “fenecida”- de producir nuevas utopías delata un compromiso humanista que jamás se ve criticado explícitamente en la obra, aunque sí afirmado desde el comienzo, velado bajo la problemática confesión de la afinidad entre el autor y el proyecto de la racionalidad moderna (11).
Por otra parte, aún si es cierto que nuestra sociedad queda bien retratada en el cuadro que nos presenta Luis Felipe Díaz, no es menos cierto que el atractivo de su lectura se alimenta de cierta ambigüedad, pues el crítico no hace la aún necesaria distinción entre cultura académica y cultura de masas, entre agentes y pacientes del signo. Un corolario del diagnóstico del autor es que los académicos posmodernos actuales también se acercan a la teoría y a su producción con el afán visual y consumista de los numerosos clientes de las cadenas transnacionales y medios de comunicacion. “Esquizoide”, llama Díaz en nuestra entrevista a la creación posmoderna de conceptos. Esta falta de distinguir entre una posmodernidad teórica y una cultural es incluso, in principio, alarmante, pues podríamos decir con confianza que desde el Renacimiento no han coincidido tan geométricamente claustro y masa, ama de casa y profesora de filosofía. Al margen de ello, de facto y lejos de lo aseverado por el autor, la posmodernidad ha contribuido al socavamiento de la metáfora visual del pensamiento moderno, como eruditamente lo ha argumentado el filósofo francés Martin Jay en su reciente libro Ojos Abatidos: la denigración de la vista en el pensamiento francés del siglo XX (Akal, 2007). Esta metáfora visual que asocia acríticamente las actividades del saber y la teorización con el órgano y las dinámicas de la vista, está a la base de lo que el mismo Jay ha llamado “regímenes escópicos de la modernidad” y de las conductas fetiches y consumistas que giran en torno al goce visual que Díaz y Marzano advierten han penetrado hasta nuestra experiencia sexual. Jay hizo un llamado al comienzo de la década de los noventa, a tornarnos críticos del privilegio de esta asociación entre visión y saber, que en política, como nos recuerdan las exploraciones de Michel Foucault, devino panóptico, vigilancia y castigo. En Ojos abatidos nos recuerda el autor que la posmodernidad, en lo que respecta a los analistas franceses, ha denigrado sistemáticamente esta metáfora centrada en la visión. Lo sorprendente es ver que a una vorágine tan rica en ideas como la postmodernidad sí la subyazca un cierto proyecto teórico de (deseables) repercusiones sociales, un cierto malestar de raíz con lo moderno en lo que refiere a su sujeto “vidente”. Tras reconocer esto, sólo cabe recordarle a Díaz y a Marzano que la posmodernidad “teórica” ha sido una aliada en la toma de consciencia de este estado de cosas que se denuncia, aunque la cultura de masas actual sea precisamente la ejemplificación reprobable del objeto del diagnóstico.
Al libro de Luis Felipe Díaz, cuyo final es tan estimulante y rico en imágenes como abrupto y anquilosado en sus explicaciones, le contraponemos la apuesta y el deseo de una academia “agotada”, sí, pero de la metafísica y filosofías enraizadas en la metáfora visual y no un mundo “aburrido”, cuyos sujetos estén sumidos en la pobreza espiritual de ser meros “videntes” que lo “consumen” todo, incluso sus vidas, como una mercancía. El agotamiento y aburrimiento diagnosticados cabe, por un lado, celebrarlos en el claustro y, por el otro, denunciarlos en la calle. Pues, así como el espacio de las aulas con tendencias posmodernas ha colaborado con advertir la debacle política y psicológica de nuestra época, cuyos consumidores que se rehúsan a dejar de ver al mundo a través de Walmart, Microsoft o Facebook, se merece éste un espaldarazo y no una denuncia. Se debe no sólo apreciar sino fomentar la crítica posmoderna en nuestras academias como un elemento corrosivo y eficaz en nuestra lucha contra el consumismo, el fetiche y el totalitarismo. El libro de Luis Felipe Díaz, un texto cauteloso y sugerente donde es apreciable serlo y pedagógico y accesible donde otros no lo son, es una aportación cuyas pretensiones apenas se sugieren en los pocos y brillantes filósofos que han publicado al respecto en Puerto Rico y el Caribe. Nos parece que dará de qué hablar a críticos literarios, filósofos y estudiantes en general y constituye, a la vez, un gesto a agradecer y una referencia insoslayable en nuestra isla.

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